"... entonces las universidades públicas han pasado de ser organizaciones autónomas a entes autistas". - Xenón de Paz
Muchos conocemos ya la situación precaria que vive la universidad pública, unos más que otros porque la vivimos constantemente. El evidente desinterés del Estado en realizar transformaciones reales en la Universidad peruana y la relación de ésta con la sociedad se vuelven cada vez más preocupantes en un contexto donde nuestro país debe crecer sostenidamente.
Resulta hilarante (aunque no debería) ver que cada día una nueva universidad abre sus puertas a un público objetivo que desea satisfacer una necesidad llamada "educación", hablando en términos entendibles a los que ven a la educación como negocio texano. Pues los Fitzcarrald de la educación universitaria sostienen que no importa el exceso de la oferta educativa siempre y cuando exista una diferenciación de algunas instituciones sobre otras, la existencia de vencedores sobre perdedores o conformistas en el libre mercado.
La diferenciación y competitividad son excelentes cuando se tengan reglas de juego claras y de calidad. No es posible que el número de egresados en el país aumente mientras el número de tesis sustentadas decrezcan, menos investigación científicas se publiquen y menos concursos de competición académica ganemos.
Ante toda esta nebulosa de dizque educación, resulta ya ofensivo enterarse de que los programas de austeridad y leyes de prespuestos públicos golpeen la asignación de recursos económicos a las universidades públicas. Ya no sólo tenemos que lidiar con el cáncer de la ineficiencia administrativa y operativa de la universidad, que por cierto está amparado por la ley, sino que la mitad de un pan francés que teníamos se convierte cada vez más en una ostia de misa. Y hablan de más los expertos en gasto público, "que no hemos ejecutado todo el dinero asignado".
La ventaja de una democracia universal (lo que podría ocurri en un región) es que al inepto elegido (el presidente regional) ya no se le elige más. En las universidades públicas, los estudiantes votamos por un tercio estudiantil que sólo tiene la tercera parte de los votos en el Consejo Universitario, Consejo de Facultad y Asamblea Universitaria. Es decir, 11 000 estudiantes (para el caso de la UNI) son representados por 7 gatos frente a la autoridad de un rector, un vicerrector y once decanos. Si bien le tengo desconfianza al voto universal (se presta a mucha manipulación de masas), ¿cómo podemos, cambiar la actual estructura universitaria y deshacernos de la indiferencia de nuestras autoridades? Queda claro que los estudiantes, clientes del "servicio educación" (al estilo Kottler) estamos acorralados entre la mediocridad de nuestras autoridades y las genialidades legales y económicas del Papá Estado.
¿Qué es lo que pedimos entonces? Y muchos compañeros discreparán conmigo: Flexibilidad laboral del docente (basado en resultados académicos), flexibilidad operativa (al menos en las unidades de negocios, no puede ser posible que tengamos que esperar meses para adquirir bienes), mayor asignación de recursos a la investigación y, finalmente, que no nos recorten el presupuesto (el 2006 quise atenderme en la posta médica de mi universidad, pero por culpa de la "austeridad" del gran Alan García no encontré doctores disponibles porque muchos de ellos habían renunciado ante los recortes, los horarios de atención se redujeron y algunos servicios específicos dejaron de ofrecerse).
Los estudiantes no queremos el poder, queremos que la universidad pública lo tenga. Chang, hazte una pues.
Muchos conocemos ya la situación precaria que vive la universidad pública, unos más que otros porque la vivimos constantemente. El evidente desinterés del Estado en realizar transformaciones reales en la Universidad peruana y la relación de ésta con la sociedad se vuelven cada vez más preocupantes en un contexto donde nuestro país debe crecer sostenidamente.
Resulta hilarante (aunque no debería) ver que cada día una nueva universidad abre sus puertas a un público objetivo que desea satisfacer una necesidad llamada "educación", hablando en términos entendibles a los que ven a la educación como negocio texano. Pues los Fitzcarrald de la educación universitaria sostienen que no importa el exceso de la oferta educativa siempre y cuando exista una diferenciación de algunas instituciones sobre otras, la existencia de vencedores sobre perdedores o conformistas en el libre mercado.
La diferenciación y competitividad son excelentes cuando se tengan reglas de juego claras y de calidad. No es posible que el número de egresados en el país aumente mientras el número de tesis sustentadas decrezcan, menos investigación científicas se publiquen y menos concursos de competición académica ganemos.
Ante toda esta nebulosa de dizque educación, resulta ya ofensivo enterarse de que los programas de austeridad y leyes de prespuestos públicos golpeen la asignación de recursos económicos a las universidades públicas. Ya no sólo tenemos que lidiar con el cáncer de la ineficiencia administrativa y operativa de la universidad, que por cierto está amparado por la ley, sino que la mitad de un pan francés que teníamos se convierte cada vez más en una ostia de misa. Y hablan de más los expertos en gasto público, "que no hemos ejecutado todo el dinero asignado".
La ventaja de una democracia universal (lo que podría ocurri en un región) es que al inepto elegido (el presidente regional) ya no se le elige más. En las universidades públicas, los estudiantes votamos por un tercio estudiantil que sólo tiene la tercera parte de los votos en el Consejo Universitario, Consejo de Facultad y Asamblea Universitaria. Es decir, 11 000 estudiantes (para el caso de la UNI) son representados por 7 gatos frente a la autoridad de un rector, un vicerrector y once decanos. Si bien le tengo desconfianza al voto universal (se presta a mucha manipulación de masas), ¿cómo podemos, cambiar la actual estructura universitaria y deshacernos de la indiferencia de nuestras autoridades? Queda claro que los estudiantes, clientes del "servicio educación" (al estilo Kottler) estamos acorralados entre la mediocridad de nuestras autoridades y las genialidades legales y económicas del Papá Estado.
¿Qué es lo que pedimos entonces? Y muchos compañeros discreparán conmigo: Flexibilidad laboral del docente (basado en resultados académicos), flexibilidad operativa (al menos en las unidades de negocios, no puede ser posible que tengamos que esperar meses para adquirir bienes), mayor asignación de recursos a la investigación y, finalmente, que no nos recorten el presupuesto (el 2006 quise atenderme en la posta médica de mi universidad, pero por culpa de la "austeridad" del gran Alan García no encontré doctores disponibles porque muchos de ellos habían renunciado ante los recortes, los horarios de atención se redujeron y algunos servicios específicos dejaron de ofrecerse).
Los estudiantes no queremos el poder, queremos que la universidad pública lo tenga. Chang, hazte una pues.
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