Salut la France!
Avión sin escalas a París (con suerte conseguí un pasaje relativamente barato). Eran las 9 de la mañana, el avión aterrizaba en el Aeropuerto Charles de Gaulle y yo no miraba la hora para pisar suelo francés y echarme a andar. A mi costado, una adolescente franco-peruana me daba los nombres de los arrondisements que debía evitar para no ser asaltado, se trataba de una verdadera antiparisina. Una vez fuera del avión y habiendo recorrido muchos espacios para encontrar nuestras maletas, me despedí de ella y de otra ecuatoriana que nos acompañó en las 12 horas de vuelo respectivas.
En la mitad del Atlántico. |
Después de una hora de caminar perdido por algunas calles, me encontré con ella y sus amigos, se trataba de una proyección de la película "Being John Malkovich" al aire libre. Me invitaron quesos y vino, una delicia. Eso sí, era demasiado bueno que pensé que en cualquier momento me podría embriagar, así que esos vasos llenos de vino los empecé a tomar de a poco.
Al día siguiente, había que barrer París con lo que se pudiera. Salí de mi hotel en busca de la Tour Eiffel, pregunté y pregunté por las calles, caminé un montón hasta que por fin llegué a la zona. Empecé por Trocadero, crucé el río Senne, llegué a la torre y me eché un paseo por el Champ de Mars. Después seguí con mi caminata random hasta regresar a mi hotel. Una tarde provechosa, juraré regresar en otra ocasión con mucho más tiempo para conocer la capital francesa.
Et voilá, la Tour Eiffel. |
Llegada la tarde, había que dejar el cuarto y conseguirse otro lugar para vivir (aquí empieza mi primer acto de supervivencia). Recordé que la amiga del día anterior me ofreció su departamente para alojarme durante mi segundo día de viaje, pero que gentilmente rechacé para no pasarme de confianzudo después de haber bebido y comido tanto. "Al diablo, me voy a su cuarto", me dije. El problema es que ella no estaba ya en Francia, sino que había viajado a Bélgica o Suiza. Envié un mensaje Facebook y recibí una espuesta Facebook hora después: La clave de su puerta. Chévere. Saqué mis tres maletas del hotel y, cual carretillero, me fui al paradero del Sheraton Hotel que estaba a la vuelta de la cuadra. Tomé un taxi, esta vez su conductor no era tan simpático, aunque no me importaba porque yo estaba atento al taxímetro. Je.
Llegué al barrio de Saint-Denis y, como un relámpago, ingresé la clave de la puerta mientras mis ojos multiplicados miraban hacia la calle. Después de realizar una hazaña para subir mis maletas en esos clásicos ascensores de un metro cuadrado, me quedé a esperar a que algún colocataire de mi amiga llegase. Quince minutos después llegó un chico. "Ah, ¿tú vienes de Sudamérica?", me preguntó esperando una confirmación. "Sí, soy yo", respondí. Nos saludamos, me abrió la puerta, me señaló el lugar donde podía dormir y me dijo que podía usar el Wi-Fi del departamento. Bingo. Envié un e-mail a mi casa para confirmar que no estaba ni muerto ni secuestrado, que podían estar tranquilos. Me comuniqué con una amiga de la familia y mi amigo Richard para informarles de mis coordenadas.
Subir tres maletas: problema de ingeniería. |